La situación energética en España

La evolución del consumo de energía en España se desarrolla en tres etapas claramente diferenciadas:

La primera etapa comienza con los procesos iniciales del desarrollo industrial, después de los tímidos intentos de industrialización de mediados del siglo pasado (textil y acerías), en que se produjo una acumulación de capital en algunas regiones españolas. Pero es a partir de la Primera Guerra Mundial cuando la industrialización española conoce una etapa real de desarrollo debido, fundamentalmente, a las demandas exteriores, lo que provoca un fuerte incremento del consumo energético, principalmente en forma de carbón.

En los años siguientes a la Guerra Civil, la demanda crece de forma muy lenta y se basa principalmente en el consumo de carbón nacional y en el aprovechamiento de los ríos con la masiva construcción de grandes pantanos, utilizándose además grandes cantidades de leña para consumo doméstico. El petróleo cubre solamente una pequeña parte de la demanda energética. La producción de energía eléctrica en este período se multiplica casi por cinco y su práctica totalidad es de origen hidráulico, ya que la producción de origen térmico (fuel y carbón) no sería importante hasta la década de los sesenta.

Refinería de petróleo

En la segunda etapa, que arranca desde el Plan de Estabilización de 1959, se produce un gran salto de la industrialización y es la época del desarrollismo a ultranza. Durante este período, la estructura energética sufre cambios espectaculares, tanto cualitativos como cuantitativos. El crecimiento en el consumo de energía fue excepcional, multiplicándose por tres el consumo interior bruto de energía primaria en el período 1959-1973; el consumo de petróleo aumentó casi siete veces, el consumo de carbón permaneció casi constante, la producción de energía hidroeléctrica se multiplicó por tres y la potencia eléctrica instalada de origen térmico por seis. El crecimiento se produce con unas tasas anuales en el período considerado del 8%, muy superiores a las tasas mundiales.

En esta segunda etapa se introduce en 1963 en España el gas natural, que en 1973 significaba tan sólo el 1,8% del consumo de energía primaria. La energía nuclear se pone en funcionamiento en 1968, representando en 1973 el 2,5% del consumo energético primario.

La tercera etapa de la evolución del consumo de energía en España abarca desde la crisis energética de 1973 hasta hoy, en que el crecimiento de energía se ha visto reducido a una tasa del 2,5% anual acumulativo, lo que contrasta fuertemente con las tasas de los períodos anteriores. Todo ello ha sido consecuencia de la crisis económica generalizada y de la caída de la producción, que tuvieron como causas fundamentales las crisis del petróleo de 1973 y 1979.

Al contemplar lo que el sector energético representa dentro de la economía española, el primer rasgo que aparece es la crucial importancia de la energía dentro de la estructura económica, lo que implica que cualquier estrangulamiento en su suministro provocaría una paralización de la actividad. El tener supeditadas más de las dos terceras partes del consumo nacional a los abastecimientos exteriores implica un riesgo muy grande, ya que éstos son muy vulnerables.

En lo referente a la producción interna, y ante la escasísima disponibilidad de hidrocarburos, se apoya en más del 85% en la producción de carbón y la hidroelectricidad que son, con mucha diferencia, los principales recursos energéticos españoles, al menos por el momento.

Asimismo, más de la mitad de la energía producida en España se consume en la industria, en su casi totalidad diseñada y construida con anterioridad al comienzo de la crisis energética, y que mantiene unos consumos excesivos y demasiado costosos en el actual contexto energético mundial. Además, las posibilidades de ahorro dentro del sector industrial no son homogéneas: hay subsectores donde el consumo de energía es mínimo y en otros, en cambio, el empleo de energía es masivo. Ello ha significado que la crisis energética haya afectado en mayor medida a España que a otros países más industrializados, a pesar de nuestro menor consumo de energía por habitante.

La aprobación del PEN (Plan Energético Nacional) en 1979 fue el inicio de una nueva e importante etapa en la política energética española, con un plan global de actuación en el que se definían unos objetivos generales a medio y largo plazo, así como un conjunto de medidas basadas en el análisis de los mercados internacionales de materias primas, en el estudio de las tecnologías disponibles y en el examen detallado de la situación energética y económica mundial y española. Su contenido puede resumirse en los siguientes puntos:

Para la consecución de los objetivos básicos de la política energética del PEN, se diseñaron una serie de medidas que condicionaban notablemente el cumplimiento de los objetivos fijados de demanda y cobertura. Entre ellas se encontraban, de modo preferente, las relativas a la política de ahorro energético y uso racional de la energía.

La necesidad de actualizar periódicamente la estimación de la evolución y cobertura de la demanda energética aconsejó revisar el PEN en 1983, al haberse modificado sustancialmente las hipótesis de partida y logrado un progreso en la ejecución de algunos programas en curso. Sin embargo, las bases fundamentales del mismo permanecen invariables, ya que las líneas maestras de actuación en el sector energético siguen teniendo como objetivo esencial contribuir a un crecimiento económico sostenido, equilibrado y solidario. En esta línea también se aprobó en 1986 el Plan de Energías Renovables (PER), preconizando la penetración paulatina de estas fuentes en el contexto energético global.

La nueva revisión del PEN, 1991-2000, incluyó entre sus principales estrategias un Plan de Ahorro y Eficiencia Energética (PAEE), que englobaba actuaciones tendentes a mejorar la eficiencia y la diversificación de combustibles en el consumo de energía, así como al desarrollo de la cogeneración y de las energías renovables. El Programa de Energías Renovables contemplado en este plan ha significado que la aportación de estas energías se haya situado en 1997 en 7,5 millones de tep, representando más de un 7% del consumo de energía primaria en España.