En los ríos tiene lugar de modo natural un conjunto de fenómenos que provocan la destrucción de materias extrañas incorporadas a ellos. Esta propiedad se conoce como "autodepuración" y depende principalmente del contenido en oxígeno disuelto.
Por un lado, se registra un consumo de oxígeno debido a la oxidación biológica
de la materia orgánica que contiene carbono y nitrógeno, la descomposición de los
depósitos del fondo y la respiración de las plantas acuáticas y otros organismos vivos;
también existe un consumo directo necesario para la oxidación de las sustancias
químicas reductoras que forman parte de los procesos bioquímicos naturales. Por otro
lado, el agua recibe aportes de oxígeno a través de la fotosíntesis de los vegetales
clorofílicos y por la aireación natural provocada por las turbulencias del flujo.
Si una corriente recibe una sobrecarga de materia orgánica, aguas abajo del punto de vertido pueden distinguirse cuatro zonas claramente diferenciadas:
Si la sobrecarga de materia orgánica es muy elevada o si el vertido contiene componentes tóxicos o no metabolizables, la capacidad de autodepuración puede verse superada, por lo que la corriente se convierte toda ella en zona séptica, cuya regeneración natural sería prácticamente imposible.